SANTIAGO LÓPEZ-PETIT
El querer vivir, más exactamente, el querer vivir como desafío, desplaza la disyuntiva en la medida en que reivindica el problema mismo: ¿cómo se construye (colectivamente) una vida política? Porque ésta es la verdadera cuestión que ni el normativismo ni la intensificación de la vida encaran. De nuevo: ¿cómo politizar la existencia, es decir, resistir(se) al poder, cuando estamos cada vez más solos, cuando estamos abandonados a nosotros mismos, cuando el capitalismo se confunde con la realidad y la propia vida parece constituirse en una forma de dominio? Para ello se hace necesario pensar el querer vivir siguiendo una aproximación nominalista. Vivir será, entonces, conjugar el verbo “querer vivir”, lo que significa que es el querer vivir el que abre las vidas que vivimos o no vivimos. Como el contar produce los números. Vivir es, por tanto, la expansión del querer vivir, y esa expansión es posible porque nosotros somos una contracción del infinito y de la nada.
Situaciones: Santiago, querríamos retomar un ya largo diálogo entre nosotros. En esta oportunidad, intentamos descubrir las cualidades de lo que llamamos un impasse, así como las posibilidades que podamos crear en él. Aspiramos a preguntarte qué cosa es una vida política en las actuales circunstancias. Pero vamos de a poco. Para empezar, hay en tus libros una fenomenología que nace de la derrota del movimiento obrero y se orienta hacia el nihilismo y el afianzamiento de un capitalismo al que, entre otros propiedades, lo presentas como idéntico o a la realidad y como haciendo un Uno con ella. ¿Podemos partir de acá?
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Hasta ahora me he limitado a introducir el querer vivir. Falta, sin embargo, desplegar lo que podría llegar a ser una política del querer vivir, una política que defiende el querer vivir como desafío. Para ello se hace necesario plantear la cuestión del nihilismo. Pero vayamos poco a poco y empecemos por situar el querer vivir en el interior del debate filosófico actual. Asumido el marco postmoderno parece que sólo hay dos formas de reaccionar, evidentemente, con todas sus muchas variantes: una ética del consenso basada en una racionalidad dialógica o un arte de vivir que persigue construir la vida de uno mismo como obra de arte. Comunicación frente a estética de la existencia. Socialdemocracia más o menos radical frente a formas diferentes de individualismo.
El querer vivir, más exactamente, el querer vivir como desafío, desplaza la disyuntiva en la medida en que reivindica el problema mismo: ¿cómo se construye (colectivamente) una vida política? Porque ésta es la verdadera cuestión que ni el normativismo ni la intensificación de la vida encaran. De nuevo: ¿cómo politizar la existencia, es decir, resistir(se) al poder, cuando estamos cada vez más solos, cuando estamos abandonados a nosotros mismos, cuando el capitalismo se confunde con la realidad y la propia vida parece constituirse en una forma de dominio? Para ello se hace necesario pensar el querer vivir siguiendo una aproximación nominalista. Vivir será, entonces, conjugar el verbo “querer vivir”, lo que significa que es el querer vivir el que abre las vidas que vivimos o no vivimos. Como el contar produce los números. Vivir es, por tanto, la expansión del querer vivir, y esa expansión es posible porque nosotros somos una contracción del infinito y de la nada. Pero ese nominalismo – la vida es un nombre ya que sólo existe el querer vivir – no comporta un decisionismo. En la circularidad del vivir que abre el querer vivir no existe tal decisión. Sólo decidimos “querer vivir” cuando el querer vivir se debilita (por la enfermedad, por el miedo…), cuando no puede hacer frente a la resistencia del ser.
Habiendo recuperado así un concepto de querer vivir construido sobre la ambivalencia del infinito y de la nada, el paso siguiente será intentar vaciarlo de ambigüedad política. La propuesta “hacer del querer vivir un desafío” permitirá salir de esta indeterminación que hubiera impedido una política radical. El desafío requiere tres determinaciones: 1) La afirmación de la nada o el no-futuro como palanca. 2) La experiencia de un Nosotros. 3) El gesto que crea un mundo.
El querer vivir como desafío es el camino que conduce a una vida política. Ese es para mí el objetivo. No se trata de vivir con mucha intensidad, ni de vivir muchas vidas. Eso no son más que propuestas internas a la lógica del capital. Se trata de tener tan sólo una vida política. La cuestión del nihilismo interviene en este punto. La relación con el nihilismo, o mejor, una determinada relación con el nihilismo, es lo que posibilita ese desafío hecho con el querer vivir. En la explicación anterior la relación con el nihilismo se plasma como no-futuro. Ese no-futuro, ese “resistir sin esperar nada” es un componente esencial del desafío.
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En definitiva, se trata de acercar querer vivir y nihilismo, afirmación del querer vivir y profundización del nihilismo, porque ponerlos en relación abre un camino para una práctica crítica. En última instancia, la intuición que está detrás de ese acercamiento es que el nihilismo puede constituir una auténtica potencia al servicio del querer vivir, y una potencia que puede empujarlo más allá de sí. Por eso fue para mí fundamental el análisis de la frase “no hay nada que hacer” ya que ella – en la medida que es pensada y vivida en su radicalidad – abre la puerta a una verdadera travesía. Cuando no hay nada que hacer, todo está por hacer. Entonces se abre una travesía del nihilismo. El acercamiento entre nihilismo y querer vivir presupone, por tanto, que el nihilismo no toca fondo y que no se invierte, es decir, no existen dos nihilismos como dice Nietzsche, uno activo y otro pasivo. Existe un solo nihilismo, y ese nihilismo actúa como una potencia de vaciamiento. En mi libro “Amar y pensar” identifico esa potencia de vaciamiento con el odio, con el odio libre.
En mi último libro que lleva por título “La movilización global” he tratado de estudiar en qué consiste esta movilización. Se podría afirmar que en este libro se habla de una sola cosa: la realidad. De esa realidad que se ha hecho enteramente capitalista, y que no deja nada afuera. En este sentido, bien puede decirse, que la realidad es absoluta. El texto vendría a ser esa realidad hecha absoluto autodesplegándose en su necesidad interna, mostrándose cómo es, y también cómo funciona. En este desvelarse ganamos numerosos conceptos, especialmente el de movilización global que ya hemos avanzado. La movilización global sirve para describir la globalización neoliberal pero va mucho más allá poniéndose como el verdadero fundamento de la realidad misma. Asimismo se avanzan definiciones nuevas, como la democracia en tanto que articulación de Estado-guerra y de fascismo postmoderno, o la del poder como poder terapéutico. Pero la realidad al separarse de sí en su desplegarse, al salir de la tautología, nos muestra también sus puntos débiles. En particular, aparece ante nuestros ojos la que es la nueva cuestión social: el malestar. Porque la realidad tritura nuestras vidas existe un profundo malestar social que no siempre puede ser encauzado, y que bajo la forma de fuerza del anonimato se hace presente. La fuerza del anonimato se plasma en los espacios del anonimato que constituyen verdaderos agujeros negros para el poder. En los espacios del anonimato el querer vivir se hace colectivamente desafío. Es muy fácil definir lo que es un espacio del anonimato: es aquel lugar en el que la gente pierde el miedo. La fuerza del anonimato es sobre todo un poder destituyente. Con los espacios del anonimato, la política nocturna adquiere una dimensión colectiva.
[Entrevista na íntegra aqui]